William acababa de cumplir diez años cuando consiguió la admiración de todos sus amigos: su ojo experto apuntó a un grajo que descansaba en un árbol lejano y, tras un instante de concentración, el tirachinas dio en el blanco. Nada grave, en apariencia; solo una chiquillada, pero desde entonces su vida cambió y William se propuso olvidar el pasado, trabajando duro para adelantarse al tiempo y a sus leyes.
Los años fueron pasando, y un hombre vestido de negro empezó a rondar a William en las circunstancias más trágicas. Nació así una extraña unión entre los dos caballeros, y se inauguró en Londres una tienda espléndida, donde se exponían las telas y los complementos adecuados para el duelo de los difuntos. El negocio fue un éxito, y William durante un tiempo pensó que su apuesta por el olvido era acertada, pero llegó un día en que un grajo muy negro surcó el techo acristalado del almacén y de golpe el pasado volvió, cargado de secretos y dispuesto a tomarse su venganza.

No voy a extenderme en la historia porque la sinopsis de la contraportada explica bastante bien de que va el libro. ¿Y por qué no cuento más? Porque, para ser sincera, el libro además de entretener ligeramente y ser detallado en algunas costumbres victorianas y en el desarrollo de la industria textil y fúnebre, no aporta nada más.

No sé si Diane Setterfield perdió su toque luego de escribir El cuento número trece, primer libro de la autora y por el que tenía tantas ganas de leer algo más de ella. Pero no lo encontré en las páginas de El hombre que perseguía al tiempo. Además, nunca entendía la decisión de la editorial de cambiar el título original (Bellman & Black) que dejaría mucho más clara la trama del libro.

¿Recomiendo El hombre que perseguía el tiempo? Si y no. Aquellos que son amantes de la literatura tipo victoriana seguramente les gustará mucho, pero además de ello, no le veo mayor gracia si no es una novela para pasar el rato. Espero sinceramente que el próximo libro de Setterfield sea mucho mejor que este. 

Puntuación

 3 de 5