La Canción del Forastero
19.7.13
La Canción del Forastero fue escrita para el 1er Concurso de Microcuentos del blog The Typerwriter Notes. Espero que lo disfruten :)
Edito: ¡Gané el segundo lugar en el concurso! *-* Soy taaan feliz.
Edito: ¡Gané el segundo lugar en el concurso! *-* Soy taaan feliz.
La Canción del Forastero
Encontré al forastero en la barra de una de las tabernas de
Azalea. Llevaba una capucha que ayudaba a cubrir el resto de su rostro que las
sombras no ocultaban. Bebía una pinta de cerveza y me senté junto a él, sin apenas
mirarlo, esperando mi cerveza y pensando en la ruta que seguiría mi compañía
teatral esa primavera. Al momento de tomar mi pinta, golpee accidentalmente al
forastero en el brazo.
Así, por accidente, comenzamos a hablar.
Nos trasladamos a una mesa en un rincón, donde llevamos
nuestros tragos y nuestras historias. El forastero seguía con su rostro
cubierto, pero por su voz podía deducir que era un joven bardo. Me lo imaginé recorriendo las ciudades de la
costa, de Azalea hasta la gran ciudad de Fionuala.
A la luz de las velas, me contó la historia de la mujer más
hermosa que había visto, Fiama, que había vivido en Azalea años atrás y de su
amor por ella, que quemaba en su sangre como el fuego, el mismo fuego que le
inspiraban sus cabellos rojizos y sus labios color sangre.
Fiama era la mujer más hermosa de Azalea y despertaba
admiración y envidia. Vivía hacia las afueras de la ciudad, en una casa rodeada
de hierbas y con ventanas que daban al mar por las que podía ver los
atardeceres.
El forastero había llegado a la ciudad cantando historias de
héroes lejanos, de magia y reinos encantados. Y conoció a Fiama en el mercado
de la ciudad, cuando los guardias de la ciudad estuvieron a punto de detenerlo
por hablar de magia. Ella los convenció de que no se lo llevaran y le contó al
forastero sobre la prohibición de practicar o hablar de la magia en la ciudad.
Fiama lo llevó a su casa, lo alimentó y mientras miraban
rojo y dorado difuminándose por el cielo al atardecer sobre el mar, ella le
contó la historia del alcalde y de su hija menor, la favorita, enfermando y
muriendo sin que los médicos, curanderas o magos de la ciudad pudieran hacer
algo por ella. Desde entonces, la magia estaba prohibida en la ciudad. El forastero se enamoró de Fiama mientras esta hablaba, sus palabras
llegando a su corazón mientras su cabello color fuego se mecía por la brisa
marina.
“Pero yo sé porque
murió ella”, le había dicho Fiama. “Ella
murió de amor, de amor no correspondido”. El amor no era importante para el forastero hasta ese momento,
cuando su corazón fue tocado por el fuego de los cabellos de Fiama. Pero
aprendió su importancia con ella, que le regaló su corazón.
Y mientras el alcohol corría por las mesas de la taberna y
los borrachos cantaban historias sobre el mar, el forastero me contó sobre como
Fiama le había regalado su rojo y cálido corazón. De cómo ella le había entregado
su cuerpo, besado sus labios. De como él había acariciado sus rojos cabellos,
inflamado su deseo y de cómo había descubierto que a pesar de que Fiama le amaba,
su principal amor era la magia y de cómo esta corría por sus venas y le gritaba
en sus oídos por tenerla prisionera.
Mientras más clientes entraban al bar, yo le pregunté al
forastero que había sucedido con Fiama.
“Ella… me enseñó
muchas cosas importantes, cosas que no habría de aprender en ninguno de mis
viajes. Pero lo más importante fue que lo más grande que aprendería es sólo
amar y ser correspondido”.
El forastero suspiró y por un momento me miró fijamente. Sus
ojos eran tristes, muy tristes y sabios a pesar de ser ojos jóvenes. Yo quería saber dónde se encontraba tan extraordinaria
mujer, así que insistí. Y el forastero me contó que Fiama había huido, la
envidia y el resentimiento por ella habían crecido y la habían denunciado por
practicar magia. Los guardias habían ido hasta su casa e intentado quemarla
estando ella dentro. El forastero solo sabía que Fiama había huido.
Luego de esto, el forastero se sumió en un silencio y
después de un largo rato, él se levantó y sin decir adiós, se fue.
Pensé que no volvería a ver al forastero, pero me equivoqué…
Al día siguiente, en la plaza de la ciudad, la gente había
comenzado a concentrarse. Pensé que habían atrapado a un desdichado ladrón pero
antes de poder marcharme, distinguí a lo lejos la capucha que cubría al
desdichado que arrastraban hacia el soporte de ajusticiamiento.
Era el forastero y era arrastrado por el verdugo. Me quedé
por curiosidad y por solidaridad para con él. ¿Qué habría hecho para merecer
ser juzgado? Mientras lo amarraban a la pira en la que iba a ser quemado,
su capucha se bajó, dejando al descubierto el rostro de una joven mujer,
furioso cabello rojo que le caía en ondas sobre los hombros y tristes y sabios
ojos. Yo ya sabía quién era.
El jefe de guardias recitó sus delitos, entre los que se
contaban haber asesinado a varios guardias y al mismísimo alcalde la noche
anterior. Y procedieron a quemarla.
Y entre los gritos de la gente, Fiama cantaba su amor a un
forastero de tierras lejanas, su cabello color fuego uniéndose a las llamas que
la envolvían y la llevaban a la misma muerte que había sufrido su amado.
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